Kuki Keller: Sudokukis

 

El arte de la ligereza. Chechu Álava

 

La ligereza con la que Kuki Keller empezó a hacer sudokukis es idéntica a la ligereza con la que vive. Ligereza profunda y coherente, pues vive y deja vivir. Su obra surge por el gusto de ser. Y probablemente ése sea el sentido de la existencia.

Kuki nos saca a todos a bailar, siempre ecléctico, juntando a gente dispar, viejos y jóvenes, artistas consagrados, noctámbulos errantes, niños de París y amigos de su pueblo.

Todo se mezcla en las fiestas de Kuki y todo encaja en su playlist sudokukiniana, desde el pop a la psicodelia, desde imágenes más minimalistas a vidrieras alucinógenas.

Libertad es no tener miedo y Kuki se lanzó a la piscina de los sudokukis, que fueron cogiendo forma, se depuraron y sucedió el milagro de la inspiración como una cascada de color.

Poca gente conozco libre de verdad. Kuki se rio de su propio destino y nos demuestra que la vida son muchas en una, que hay que reinventarse en cada capítulo. Y como quien no quiere la cosa, ha creado una sala de espejos infinitos donde todos nos reflejamos.

Nuevas formas siempre diferentes. Alicia Chillida

 

La humanidad ha empleado siempre rituales para recobrar el equilibrio ante las perturbaciones
provocadas por el desorden del mundo. De hecho, la catástrofe o la enfermedad se encuentran en el
germen de ese tipo de medicina mágica del mismo modo que los excesos colectivos están en la base de
cualquier acto de evasión. Cuando bailamos nos exorcizamos. Después de todo, la fiesta no deja de ser
una operación cósmica: la experiencia del caos para provocar algo así como un renacimiento de la vida. 

Bea Espejo. «El techno se baila en el museo». El País, Babelia, 6 de junio de 2020

 

Recuerdo con precisión el primer día que comprendí que el Museo podía ser el lugar para bailar y la trascendencia de este hecho para el progreso del arte. Fue con la obra Funk Lessons / Clases de funk, 1983, en la que la artista afroamericana Adrian Piper, invita al visitante a aprender a bailar y a hacerlo allí mismo, en una habitación con música, construida para ese propósito. Kuki ama la música, es un DJ ecléctico y original donde los haya, pincha desde Antonio Molina y Marujita Díaz a Ennio Morricone y Nino Rota y… le encanta la música instrumental árabe. Los sudokukis podrían tapizar de ritmo y proyecciones de luz cualquier espacio de un museo. Esas formas geométricas que fluyen entre el pop y la psicodelia, y que su autor, desde hace cinco años, viene produciendo sin cesar. No hay selección posible, cada sudokuki es único y valioso, cartografía de un estado mental. Nacen de un élan vital, son signos del pulso de su autor: el ritmo de su respiración, constante e inconstante, una melodía enérgica, una danza que se apodera de nuestro cuerpo para llevarlo a otra dimensión.

Original, atrevido y generoso, Kuki es creativamente incansable. El que hasta entonces era un artista sin obra, como le denominaban sus amigos, poco a poco transformó su pasatiempo favorito en pasión. Los sudokukis son una combinatoria de líneas y color inscritas en una cuadrícula que tras ser testados en su espacio doméstico, se materializaron, por primera vez a gran escala, en una instalación efímera presentada en la plaza del Centro Pompidou de París, hace tan sólo dos años. Un equipo de amigos, dirigidos por el autor, logró en poco tiempo casar aquel puzzle que reproducía en colores vivos la escalera icónica de este emblemático artefacto, construido en los setenta por Renzo Piano y Richard Rogers como fábrica de cultura.

Durante los años noventa comprendí también el valor que podía llegar a tener jugar con tus propias neurosis dentro del espacio del Museo. Fue gracias al artista austríaco Franz West y a su obra de juventud, los Passtuckes o Adaptables, formas hechas en escayola (y después en fibra de vidrio) con las que invita al espectador a reírse de sí mismo. Uno puede incluso grabarse en vídeo o mirarse en un espejo mientras las manipula y explora en posturas ridículas y cómicas. Cuando Kuki me enseñó las sillas que había diseñado para su bar-discoteca El Varadero, yo le dije que se parecían mucho al mobiliario deFranz West. ¿Franz qué?, me respondió

Conocí a Kuki Keller o a Miguel Ángel Pérez en La Habana. Éramos miembros de un mismo equipo de trabajo que Carlos Pazos había concebido cuidadosamente. Cuando le pregunté a este quien era Kuki, me respondió que llevábamos dos cámaras, una estable, serena e infalible, que era Luis Ros, nuestro querido amigo, y la otra imprevisible, ágil e inquieta, con un humor inmune al desaliento, que era Kuki. Así fue como durante un mes infatigable recreamos unos Nuevos Llopis y esa experiencia nos unió hasta el día de hoy. Cada vez que el Padrino me llama, yo respondo, como en aquella ocasión en que me pidió ser la madrina de la Regata de Vela Latina, que organiza en su pueblo para preservar esta forma de navegación ancestral y optar a ser nombrada patrimonio de la humanidad.

¡Mira, mira, lo que he encontrado!, me dijo Kuki y me envió el mural de Sol Lewitt, Wall drawing #1144, 2004, situado en el hall del MOMA, NY, con una retícula conformada por pequeños cuadrados de colores brillantes. Lewitt rompió con sus instalaciones site-specific con la idea convencional de obra autónoma para defender el valor del dibujo y proponer un arte relacional y comunicativo. Por aquel entonces, los sudokukis habían alcanzado su madurez y Kuki reía feliz y sorprendido al comprobar esta coincidencia y su afinidad con la obra de un artista tan emblemático.

Al apropiarse de los populares y cotidianos sudokus y transformarlos en una obra de arte de fácil acceso y distribución, la alta y la baja cultura se unen naturalmente y consiguen amueblar con alegría nuestras habitaciones y las de nuestro espíritu. Los sudukukis son como respiraciones, a veces pausadas, otras frenéticas y compulsivas. La velocidad de su producción se ha acelerado durante el último año hasta invadir su espacio circundante, hasta filtrarse en las vidas cotidianas de sus amigos. El mensaje con la entrega llega en tiempo real, por whatsapp. Las noticias de Kuki se han hecho necesarias, ya sean buenas o malas, necesitamos esas cuadrículas de colores vivos, alegres, vitales, creadas contra viento y marea.

Haber sido capaz de conciliar tantas circunstancias y elementos diversos: irradiar luz desde la noche del Varadero, salir de San Pedro del Pinatar, Murcia, y proyectarse al mundo, adoptar como apellido el nombre de su calle en París, crear una comunidad de amigos tan variopintos e incondicionales… dice algo acerca del poder que emana Kuki, con el que arrasa. David Lynch decía que el arte no cambia nada, te cambia a ti. Casi nada.