José María Sicilia: Lhorabaixa

José María Sicilia. Alicia Chillida

Esta exposición monográfica es una síntesis del trabajo del José María Sicilia (Madrid, 1954) con el denominador común de la cera virgen como materia esencial de su reflexión.

Las obras aparecen agrupadas en diez series bajo el título L’horabaixa, denominación mallorquina para el crepúsculo, ese momento del día en el que, tras el ocaso, persiste la claridad. Sicilia apunta a la metáfora de la oscuridad como luz, a la fugacidad del instante y a la fragilidad de la vida.

La muestra presenta un recorrido que visualiza la línea poética del artista como camino personal, al trascender su carácter lírico para adentrarse en los problemas de la visión, que trata de modo constante desde el principio de su carrera: la búsqueda del “corazón” del cuadro a través de un diálogo entre fondo y superficie, la luz como elemento definitorio de esa relación, y la imagen como vehículo de emoción y tensión capaz de estructurar el espacio del color.

A lo largo de su intensa carrera artística, el trabajo de Sicilia se ha caracterizado más por la atención a la materia pictórica, al proceso mismo de la creación de la obra, que por un énfasis en sus contenidos. Estos han sido más bien la excusa para el despliegue de medio expresivos: así lo evidencian los objetos cotidianos de los primeros años, la serie de las flores, las abejas y otros insectos. Hay en su obra un aire de misterio, de espiritualidad que escapa a la representación.

Desde el ocultamiento y la ambivalencia de la visión en los cuadros conceptuales de los primeros años ’90, donde subyacen imágenes que se adivinan bajo cera (Serie Sanlúcar de Barrameda, Manuscritos de Sanlúcar de Barrameda, 1993), a los grandes polípticos dorados y las superficies de cera con insectos atrapados (La luz que se apaga, Rockdrille, 1995-96); terracotas polícromas, con las que el autor experimenta (Pillows y Colmenas, 1997); y finalmente el motivo de las Flores, 1997, retomadas como hilo conductor en la evolución de su pintura. A este respecto, algunos críticos hablan de “reinterpretación naturalista”. El autor ha manifestado que la naturaleza le interesa “como luz, como sentido, como fuerza”, y más concretamente con la cera virgen comprendió que “podía resolverse uno de los planteamientos que más le interesan, la luz”.

La sala central del Palacio aparece conformada como un proyecto específico. Sicilia ha creado un grupo de obras, en serie, bajo el icono de la flor: La luz que se apaga, 1995-96, son 22 grandes flores púrpuras; dos grandes polípticos: Paravents (Biombos) y Grisailles (Grisallas), flores turbias grisáceas del reino de las sombras, que actúan como envés de las rojas. En las torres se presenta una visión retrospectiva de la obra: Rockdrille (Roca perforada), 1995-96, título de un poema de los Cantos de Ezra Pound; la gran superficie áurea en el políptico La luz que se apaga, y dos obras basadas en el intenso diálogo con la poesía de San Juan de la Cruz: Manuscritos de Sanlúcar de Barrameda y Sanlúcar.

Laurent Busine, comisario de la muestra, ha explicado que las líneas de conducta de la exposición “han sido elaboradas en el tiempo, conducidas por la sorpresa vivida ante cada nueva obra, bajo la clara evidencia de que las imágenes se imprimían en el espíritu, y de su acumulación en la abundancia”, para matizar que “la abundancia reside más en la calidad de la mirada que se dirige hacia el objeto que en la multitud o la repetición de este”. Busine colabora con Sicilia en esta exposición cuyo punto de partida es el enclave del edificio del Palacio de Velázquez: un jardín real, el Buen Retiro, y un jardín del espíritu, la obra de arte, que intenta descifrar la emoción que habita al hombre ante el misterio de la naturaleza.