Free-lance curator/director based in Madrid, Spain, working either in public and private spaces since 1987
Gonzalo Chillida: París, Roma, Tokio
- Comisaria: Alicia Chillida
- Organización: Instituto Cervantes / AC/E / Museo de Bellas Artes de Bilbao / Instituto Vasco Etxepare Euskal Institutua
- Coordinación: Raquel Caleya, Instituto Cervantes. Isabel Izquierdo, Acción Cultural Española AC/E. Silvia García Lusa, Museo de Bellas Artes de Bilbao. Irena Larraza, Imanol Otaegi Mitxelena, Instituto Vasco Etxepare Euskal Institutua
- Montaje: Areán & Vaquero, arquitectos
- Lugar: Instituto Cervantes París, Roma, Tokio, Bilbo, 2021-2023
- www.gonzalochillida.com
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Epílogo en el inicio de un largo viaje. Miguel Zugaza
Esta publicación celebra la trayectoria del pintor Gonzalo Chillida en el singular trámite del inicio de un largo y esperado viaje. Una selecta retrospectiva de su obra va a recorrer el mundo, recalando en París, Roma y Tokio: la ciudad de la vanguardia, la del clasicismo y, finalmente, la que congrega la perfecta síntesis de ambos, donde se unen tradición y modernidad. A las dos primeras vuelve el artista tras muchos años; a la última viajó constantemente a través de su obra. En esas tres ciudades veremos iluminarse las distintas almas de su pintura con la mirada de un nuevo público, de una nueva sensibilidad. Todo un trayecto de iniciación hacia Oriente, ya no para el pintor, pero sí para su pintura.
Sus paisajes ensimismados se trasladan al encuentro con tradiciones tan dispares acompañados por algunos de los más hermosos textos surgidos de la admiración por su pintura entre poetas, artistas y críticos contemporáneos. Textos de descubrimiento y deslumbramiento a cargo de Gabriel Celaya, José Ángel Irigaray, Francisco Calvo Serraller y Antonio Saura.
Sirvan ahora estas breves líneas de epílogo en el inicio de un viaje que comienza y concluye en Bilbao, en su Museo de Bellas Artes, donde sus hijos decidieron conservar la mayor parte de las obras y donde la exposición se convertirá, a su vuelta, en un nuevo propósito retrospectivo del artista.
Antes de nada, conviene subrayar que este auténtico periplo resulta toda una hazaña para alguien como Chillida, que permaneció aparentemente inmóvil, sin distracciones, instalado en el tan singular como universal punto de vista de su pintura, relatando el incesante ir y venir de los días y sus mareas, como antes lo hicieran Friedrich, Hokusai o Cézanne, entre otros. Alguien que supo guardar con extrema discreción, a veces casi en secreto, el porvenir de su trabajo y que, sin embargo, tuvo, es preciso señalarlo también, una influencia decisiva en el devenir de una nueva generación de pintores donostiarras de los años setenta realmente extraordinarios, como Marta Cárdenas o Vicente Ameztoy, entre otros.
Con ellos Gonzalo Chillida pertenece por derecho propio a una genealogía del arte de la pintura que atiende singularmente a la fenomenología de las cosas, obrando ante nosotros esa especie de milagro de alcanzar el verdadero semblante de la naturaleza a través de su silenciosa y recurrente observación.
En cualquier caso, la trayectoria de Chillida, como la de la mayor parte de los artistas de su generación, se inicia a partir de la interrupción de otro viaje, el de la propia vanguardia española, cuyo próspero porvenir fue truncado por la Guerra Civil y el exilio. Chillida, en su formación madrileña a finales de los años cuarenta, recoge los restos del naufragio a través de las enseñanzas poscubistas de Vázquez Díaz, en los bodegones y paisajes de Godofredo Ortega Muñoz y Benjamín Palencia, y, cómo no recordarlo también, extrañando el surrealizante mundo de Alberto y su paisano Nicolás de Lekuona.
Junto a las enseñanzas de la postrera vanguardia castiza, surge muy pronto en su camino el horizonte de París, a donde acude en dos ocasiones a principios de los años cincuenta. Recientemente Alfonso de la Torre nos ha descubierto algunos datos sobre el contacto de Gonzalo Chillida en la capital francesa con el artista más influyente del arte español de la segunda mitad del siglo, Pablo Palazuelo; oráculo por el que ya habían pasado poco antes otros artistas vascos, como su hermano Eduardo, Oteiza, Ibarrola o Basterrechea. Con todos ellos Gonzalo comparte un arraigado sentido de contemporaneidad, caracterizado por una sensibilidad taciturna y un muy particular rigor formal. Pero también muy pronto, en la gambara de Etxe-Ondo en Villabona, donde se refugia tras su experiencia parisina, se aparta de los afanes colectivos de aquella generación a la búsqueda de un camino propio.
Se ha dicho muchas veces que su derrotero se encuentra a medio camino entre la figuración y la abstracción. Creo definitivamente que para Gonzalo Chillida son la misma cosa. Su pintura trata sobre lo visible cambiante, como el mundo flotante de los Ukiyo-e, y su interés no es otro que el de representarlo en el momento en el que se revela ante nuestra mirada asombrada. Intuyo que a eso se refería Calvo Serraller al hablar de “pintar al límite”. Sus fotos, las películas y, por supuesto, sus dibujos y pinturas no son otra cosa que la exploración del umbral de la experiencia visible, en los límites que imponen la luz y el horizonte, que no deja de ser el lugar del eterno combate entre el fondo y la forma, o, por qué no también, la metafísica a la que se refería Gabriel Celaya.
Los pintores modernos buscan indisimuladamente un singular punto de vista para otear el horizonte, desde donde librar su particular batalla ante el drama de lo real. Nuestro pintor situó la punta del compás en el centro del arco que forma la Bahía de la Concha y desde allí comienza el relato más intenso de su pintura, el interminable deambular por la orilla de lo visible, donde, con cada marea, el espacio y sus formas se disuelven en el tiempo.
Caspar David Friedrich nos enseñó como el hombre contemporáneo se separa definitivamente de la naturaleza, la observa, y al mismo tiempo, y ya sin remedio, ella nos devuelve la mirada de aquella manera sublime. En el límite del encuentro de esas dos miradas se halla la pintura de Gonzalo: un lugar real, no imaginado, o no solamente imaginado. Como un destello o una revelación de cierta verdad que esconden celosamente las cosas en su cambiante apariencia. En cualquier caso, una experiencia inédita para todos nosotros, observadores de lo observado.
El arte y, aún más si cabe, su historia no deja de ser la historia del viaje de las formas en el tiempo y el espacio. Quizás uno de los recorridos más fascinantes que emprende el hombre desde el momento en que descubre la habilidad de imaginarse el mundo, de representarlo. Hoy la pintura de Gonzalo Chillida emprende su particular viaje por el mundo, y con ella lo hace también nuestra mirada, una vez más a la búsqueda de lo desconocido.
Solo nos resta felicitarnos por la confluencia de la iniciativa y trabajo conjunto llevado a cabo por Acción Cultural Española, Etxepare, Instituto Cervantes, Museo de Bellas Artes de Bilbao y la familia del artista. Gracias a todos por su colaboración y, muy en especial, a Alicia Chillida, que ha liderado como comisaria este hermoso proyecto de exposición y edición.
(Extracto del catálogo, ed. Instituto Cervantes / AC/E / Museo de Bellas Artes de Bilbao / Instituto Vasco Etxepare Euskal Institutua, 2021).