José María Sicilia, Enrique Morente:

La luz que se apaga

La ética ¿el único arte del futuro? Alicia Chillida

“El cante flamenco es —junto al jazz y las músicas árabes— la manera más viva de expresarse un pueblo. Algo que viene de Bizancio, pasa por Judea y se queda un ratito en los cantos gregorianos”.
(Enrique Morente)

Eran finales de los ochenta en Madrid, comenzábamos a escuchar flamenco, sobre todo a Camarón y a Morente, todavía en radiocassette, también acudíamos a sus conciertos, nos conmovían. Recuerdo la presentación que hizo Enrique de su hija Estrella en el Auditorio, en los noventa, temíamos que no fuera extraordinaria como él, pero no nos decepcionó. Yo trabajaba en el Museo Reina Sofia y llevaba a algunos artistas como Vito Acconci o Anselm Kiefer a los conciertos de Enrique, creía importante que conocieran esa voz.

Cuando en 1996 expuso José María Sicilia en el Palacio de Velázquez aquellas flores rojas, tuve la certeza que debían conocerse, ambos convergían en su interés por el Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz, y lo hicieron suyo, desde las pequeñas hojas del libro impregnadas en cera hasta las variaciones musicales en clave flamenca. 

José María Sicilia emerge en el panorama artístico en la década de los ochenta, y toma el tema floral como hilo conductor de su evolución pictórica. Esta exposición nos ofrece una visión de la Flor, abstracta en sus inicios, en clave naturalista más tarde, poética en todo momento. Su contemplación da fe de la intensa emoción que la naturaleza suscita en el espíritu del ser humano. Nadie lo explica mejor que el artista cuando afirma: “al pintar una flor pienso en algo que ha de tener un alma”.

Me colé en el camerino de Morente tras un concierto, de la mano de Antonio Benamargo, le saludé y le entregué el catálogo de la exposición de José María Sicilia, L’horabaixapara decirle que me gustaría establecer una colaboración entre los dos. Era importante presentar fuera de España a un artista flamenco junto a un pintor, en un diálogo fértil de igual a igual.

Años más tarde, con Borja Casani pactamos un encuentro entre los artistas, la cita fue en 2002, auspiciada por la SEC, en el Frans-Hals Museum de Haarlem, Holanda: una exposición de pintura, en un antiguo matadero, hoy dependencia del museo, y un concierto de flamenco en la catedral gótica de San Bavo.

Conservo la imagen de Enrique con su andar gracioso cruzando la plaza de la ciudad, estaba muy animado, le ilusionaba aquel experimento. Durante el ensayo, al enterarse que Mozart había tocado en su infancia ese órgano, inmediatamente pidió ver al organista (a quien bautizó como Antón “el Pavo” para asimilar su impronunciable nombre holandés) e improvisó con él un par de canciones.

El concierto sorprendió a todos, fue una de nuestras mejores colaboraciones, como después lo reconoceríamos. Abrió con La Noche Oscura de San Juan de la Cruz y después desplegó un repertorio clásico con la figura de la flor: tangos, soleares, alegrías… e incluso boleros. Enrique dirigía su voz y la hacía rebotar contra las bóvedas, jugaba con ella hasta “iluminar y llenar de flores la iglesia”, como decía una de sus canciones. Era de noche, las colas para entrar nos sorprendieron, fueron mucho mayores de lo previsto, de hecho hubo gente que no pudo acceder al recinto, pero lo escucharon a la intemperie.

Desde el primer momento se creó una complicidad entre nosotros tres. Respondiendo a su hospitalidad, J.M Sicilia y yo acudimos a Granada, a su casa frente a la Alhambra, y comimos el potaje de Aurora. Ha sido un privilegio y un orgullo haber promovido el trabajo de Enrique Morente, un gran artista y un gran ser humano, de una calidad, elegancia e intensidad excepcionales. Álbumes como Omega, África, Cuba, Cai y tantos otros, caracterizados por su amor al riesgo, por su afán de experimentar, de colaborar con otros artistas y disciplinas, por transgredir los límites. Su enorme talento ha sido capaz de aportar algo nuevo a la música, al flamenco. Este afán de ir por delante de su tiempo hace que Enrique Morente siga siendo futuro.

A esta primera colaboración le siguieron otras, como el proyecto de Las Mil y Una Noches: Sicilia, Morente y Goytisolo, presentado en el CAAM en 2005, donde el diálogo pintura, música y literatura nos llevaría desde Las Palmas de Gran Canaria a Tenerife, El Cairo, y Amman, con la ayuda de Seacex. Una gran exposición de Sicilia, un taller literario a cargo de Juan Goytisolo y tres conciertos memorables en los que una escenografía digital de Sicilia envolvía a los músicos dentro del ciclo de la luz y la penumbra: la imagen de un firmamento transformado en laberinto que arde, un eclipse….